Por Amor González, psicóloga escolar
Cuando era estudiante, recuerdo que cada asignatura empezaba con algún capítulo introductorio dedicado a la historia, fundamentos y justificación de la susodicha. Los preliminares eran a veces tan largos que nos quedábamos por la mitad del temario.
Y yo me preguntaba, ¿y por qué no empezamos al revés? Si queda algo por ver, que sea la introducción, ¿no?
Así que al grano.
Si no quieres seguir leyendo lo que viene después, en el titulo está el planteamiento y la conclusión: ¡Podemos hacer sin tener ganas!
Había que decirlo y queda dicho.
Que para ti es obvio, ¡Genial! Si no tienes curiosidad puedes terminar la lectura aquí.
Que no lo ves claro, sigamos.
¡Que no me crees! Haces bien. Así que vamos a tu experiencia personal. Repasa todo lo que has hecho desde que ha sonado el despertador esta mañana. ¿Cuántas cosas de las que has hecho tenías ganas de hacer?
¡Qué no te sirve! Vamos a la faena: ¿estás de pie, sentado o acostado? Levántate y vete a la puerta. Sí, no te quedes ahí leyendo. Vete a la puerta y ábrela. Ahora la cierras y vuelves a donde estabas antes.
¿Te sentías motivado, tenías ganas?
¡A que no!
Y si cambiamos: “Es que no puedo porque no estoy motivado” por “Es que no lo hago” y punto.
El resultado será el mismo pero la diferencia, importante a mi parecer, está en la explicación que nos damos y a qué callejón sin salida nos lleva este “falso amigo”. Esta explicación que nos sirve para quedarnos estancados y sin hacer.
Cuando digo “No estoy motivado”, yo y mi contexto, es decir, parientes, amigos y compañeros, cabeceamos comprensivamente con un: “Es normal, si no tienes ganas, como lo vas a hacer”.
¿Hay que estar motivado para hacer lo que tienes, o quieres hacer? Léase: estudiar el examen de mates, hacer la cama, ir a la compra, recoger la ropa, vaciar el lavavajillas, ir a trabajar, recoger a los niños, llevarlos a la piscina, acompañar a mi pareja a la “odiosa” cena de empresa, levantarme del sillón para ir al gimnasio, llamar a los amigos para salir, ir a casa de mis padres a comer los domingos, dejar de fumar, …
La respuesta sigue siendo “no”.
Evidentemente que el hacer algo debe tener un sentido para nosotros, ya sea lavarse los dientes o llevar a nuestro hijo a un enésimo cumpleaños, cuidar de mi salud o de mis padres…
Pero para hacer (aquí copia y pega el párrafo anterior, o añade cualquier cosa que tú quieras hacer, pero no haces porque no estás motivado) hay que mover las manos y los pies.
Pero hacer es un verbo de acción, significa saltar a la pista.
Darle vueltas a la cabeza esperando el soplo divino, el aura púrpura o la inspiración en forma de tractor con tracción integral que te saque de la ingravidez y te propulse a la acción, equivale a apostar en las carreras al caballo muerto.
Que sí, que cuando la ganas se presentan todo parece más fácil.
Pero, como dicen que decía Picasso, “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. Con la motivación, igual.
Y si la motivación te pilla en la cama una mañana de invierno cuando hace frío y llueve, ¿vas a saltar feliz para ponerte las zapatillas y salir a correr? ¿Y si la inspiración aparece cuando estás charlando con tus amigas de lo mal que te va el curso porque “Tía, este año es super difícil y no puedo con la de inglés”, ¿vas pitando para casa para preparar la disertación que tienes que entregar mañana?
Así que, si te toca sacar al perro, ir a por el pan, pasar la ITV, planchar una montaña de camisas, aprobar el examen de historia o encerrarte en casa seis días a la semana para sacar la oposición, “La acción es la clave fundamental de cualquier éxito”, sentencia también atribuida a Picasso.
Que es duro, que es difícil, que no te gusta, que no le encuentras placer, que estás cansado, que me distraigo con nada… ese es otro cantar.
Argumentos no le faltan a nuestra máquina de dar razones, o sea nuestra mente. Dispone de un arsenal inagotable de motivos por los que no hacer.
Pero esa es otra canción.
Así que, a ver cuándo le doy esquinazo a mi mente y me pongo a hablarte de ella. De cómo funcionan las mentes, la mía, la tuya, la de tu mujer o marido, las de tus hijos, padres, hermanos y amigos… en esas situaciones cuando nos sentimos atascados.